El Camino surge en torno al descubrimiento, allá por el año 813, del lugar donde reposaban los restos del Apóstol Santiago, quién tras la muerte de Jesús había llegado a tierras de la Hispania a transmitir sus enseñanzas.
En el Cronicón Iriense, se relata como el ermitaño Pelayo, que vivía en el lugar llamado Solovio, en el bosque de Libredón, descubre los restos de Santiago el Mayor en medio de un gran monte, allá donde existió un antiguo asentamiento romano convertido, con el paso de los siglos, en necrópolis. Un castro cubierto de matas y robles, donde en torno a un gran roble, se escuchaban cánticos y se veían luces y estrellas.
Estos sucesos son puestos en conocimiento de Teodomiro, obispo de Iria Flavia, quien se persona en el lugar, y tras celebrar una misa en la Iglesia de Solovio, comienza a examinar el terreno descubriendo una cueva en la que había un altar y una losa bajo la cual yacía un cadáver decapitado. Una inscripción en el sepulcro desvela la identidad de los restos hallados:
“Aquí yace Jacobo, hijo del Zebedeo y de Salomé, hermano de San Juan, que mató a Herodes en Jerusalén y llegó por mar con sus discípulos hasta Iria Flavia de Galicia y vino en un carro de bueyes de Lupa, señora de este campo y de aquí no quisieron pasar más adelante…”
Teodomiro comunica este descubrimiento al Rey Alfonso II, quien se traslada de Oviedo a Santiago para comprobar lo allí acontecido, convirtiéndose así en el primer peregrino del Camino, ordenando levantar allí donde se había descubierto el sepulcro, un pequeño templo bajo la custodia de monjes benedictinos.
Conocida la noticia, desde diversos puntos de Europa la gente comienza a acudir a Santiago para venerar los restos del Apóstol, y así se va conformando el Camino de Santiago. Vía de peregrinación, que alcanzará su mayor auge durante los siglos XI, XII y XII, gracias, entre otros factores, al apoyo de la Orden de Cluny.
Y alrededor de estas rutas de peregrinación comienza un gran florecimiento, empezando a surgir hospitales, templos romanos y góticos llenos de belleza y conocimiento, monasterios, puentes y calzadas… para atender a caminantes.
La visita en 1982 del Papa Juan Pablo II a Santiago, tercer lugar de peregrinación de la cristiandad junto con Jerusalén y Roma, supuso un gran impulso para el Camino.
El Camino de Santiago, desde su origen ha sido motor religioso, espiritual, cultural, artístico, económico…. Camino con un destino común pero con diferentes rutas: el Camino Primitivo, los Caminos del Norte, que recorren la cornisa cantábrica, el inglés, el francés, el más concurrido, que discurre prácticamente por el paralelo 42 siguiendo el Camino de las Estrellas, la Vía de la Plata o el Camino Portugués.
Reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, ha sido uno de los elementos claves y vertebradores de la construcción de Europa, tal y como se condensa en la frase atribuida a: “Europa se hizo peregrinando a Compostela”
Pero Santiago no solo es meta de peregrinación sino también origen de otros peregrinajes. Lugar desde donde muchos peregrinos y peregrinas deciden continuar su camino hasta Fisterra, ahí donde el Sol muere en el océano, lugar de entrada al más allá, según las tradiciones paganas, donde se rendía culto al astro rey en el Ara Solis.
Fisterra, tierras de la legendaria Dugium, tan vinculada a la historia del Apóstol, cuyo rey, como relata el Códice Calixtino, prepara una emboscada a los discípulos para impedir el paso de los restos del Apóstol que buscan sepultura.
Y en este tramo de los Giros de Compostela, nos cruzaremos con el Camino de Fisterra, que parte rumbo a las tierras de Dugium y también con el Camino Portugués.